Quizás mucha gente no sepa que el suelo en el que se planta la vid es un factor determinante para el vino, ya que afecta directamente a la uva. Uno de los principales asuntos a tener en cuenta es la capacidad del tipo de tierra de absorber y conservar el agua y la humedad, que más tarde pasará a la vid.
Por eso, podemos diferenciar entre 6 tipos de suelo:
Suelos volcánicos: retienen muy bien el sol y son capaces de filtrar el agua, aportando a los vinos un distintivo toque ahumado y aromas minerales.
Suelos graníticos: permiten una maderación lenta de los vinos y dotan al final de sensaciones minerales.
Suelos arenosos: se caracteriza por la rapidez de la maduración al retener menos cantidad de agua. Los vinos obtenidos son suaves, poco tánicos.
Suelos calizos: son secos y presentan una gran cantidad de sales calcáreas. A pesar de que en este tipo de suelo se pueden conseguir vinos de muy buena calidad y baja acidez, es importante cuidar los niveles de caliza para que sean equilibrados.
Suelos de arcilla: absorben y retienen bien el agua y los nutrientes, con una maduración más lenta. Nos podemos encontrar con vinos elegantes, con no muy alta graduación alcohólica y con color y cuerpo.
Suelos de pizarra: son suelos por lo general pobres, pero que acumulan calor, lo que influye en el grado alcohólico de los vinos, favoreciéndolo.
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